n campus universitario sin alumnos no tienen ningún sentido”. La sociedad civil mierense contempla con desencanto el esquelético contorno académico de Barredo, donde este año cursan estudios 507 alumnos, por los 1.500 que tenía la vieja Escuela de Minas antes de que se invirtieran 130 millones en la expansión universitaria local.


“Si das un paseo por el entorno del campus no hay ningún tipo de ambiente universitario. Como mucho, te puedes cruzar alguna vez con un grupito de estudiantes que parece que sale de un centro de clases particulares”, apunta la profesora y escritora Montse Garnacho. “El problema de este campus es que nadie ha apostado de verdad por él y, además, ha sufrido por la fuerte competencia ejercida desde Gijón”, remarca José Fernández, exdirector del instituto Bernaldo de Quirós y uno de los más activos impulsores en su momento del proyecto universitario que sirvió que embrión para el posterior desarrollo del campus mierense.

La inversión de 130 millones ligadas a la expansión universitaria solo ha servido, en lo académico, para que dos de cada tres pupitres hayan quedado vacíos. Los 507 estudiantes matriculados este curso en Barredo están muy lejos de los 6.000 alumnos de capacidad establecida inicialmente. Si bien actualmente se pone en duda que esa previsión fuera realista, lo cierto es que fue la que se vinculó inicialmente al proyecto universitario mierense para justificar la millonaria inversión.

El campus de Mieres cubre una extensión total de 132.000 metros cuadrados, con una superficie construida de 103.000, de los que 72.000 son útiles. El esfuerzo inversor realizado en el complejo, inaugurado en 2002, tiene actualmente en la práctica la función de dar cobertura a a poco más de medio millar de estudiantes, menos del 10 por ciento del objetivo fijado en su origen. Obviando la actualmente poco voluminosa actividad investigadora que se realiza en Barredo, cada alumno dispondría para él, en caso de un supuesto reparto de espacio por estudiante, de 260 metros cuadrados, de los que 140 serían zonas de clase, despachos o laboratorios,

José Fernández, colaborador de la muy activa en origen Plataforma Pro Campus de Mieres, sostiene que Barredo ha tenido que hacer frente a un doble problema, uno externo y otro interno: “El campus no ha tenido ningún apoyo y las autoridades universitaria y regional se han limitado a dotarlo de retórica”. Además, lamenta que el Ayuntamiento tampoco haya sido capaz de articular iniciativas que ayudasen al desarrollo universitario: “No han podido y tampoco han sabido abordar proyectos, como becas o convenios que facilitasen la llegada de alumnos”.

Las infrautilizadas instalaciones deportivas y, sobre todo, la deshabitada residencia de estudiantes son carencias que el Ayuntamiento podría haber mitigado: “El problema es que nuestros gestores ni tan siquiera son capaces de ver el auténtico potencial de un campus como el de Barredo”, lamenta Fernández. Subraya, no obstante, que es la falta de compromiso de los responsables universitarios el principal freno que lastra al campus. La consecuencia directa es la falta de alumnos derivada de la escasa oferta de titulaciones. “Toda la sociedad mierense tenía grandes esperanzas hace veinte años y fue ilusionante ver surgir los edificios, pero hoy genera tristeza contemplarlos”, indica Montse Garnacho. “Hay pocos alumnos y los que hay parece que se diluyen. Llegan en coche y se van. Es el mal de las facultades autistas actuales, que en nada se parecen a las que nos tocó vivir a nuestra generación, cuyos pasillos estaban llenos de vida”.

El nuevo rector de la Universidad de Oviedo, Ignacio Villaverde, ha trasladado al Ayuntamiento su intención de potenciar la investigación –en campos como la inteligencia artificial, la transición energética y el patrimonio industrial– . Al tiempo, pretende “asentar y consolidar una oferta formativa de calidad, empática con el entorno productivo, sin olvidar los valores humanísticos y ciudadanos”. Pero ha dejado claro que no hay en el horizonte una ampliación de la oferta de grados.